En 2008, el mismo año en el que Obama ganó por primera vez la presidencia, el sistema bancario global colapsó y Kosovo logró liberarse de Serbia, otro evento que cambiaría el curso de la humanidad germinaba en las colinas de Santa Fe, en la Ciudad de México.
Al inicio nadie, ni los involucrados, pudieron haber adivinado que esas tímidas interacciones universitarias tendrían consecuencias tan extraordinarias. Cuando se conocieron, ella era una muchachita – de futuro brillante, aunque eso lo descubriríamos después- que recién se había convertido en mamá y estaba en su tercer intento por terminar la carrera. Él era un estudiante responsable, de buenas costumbres y el mejor promedio de su generación; demasiado cauteloso como para aceptar sus múltiples invitaciones a salir de la escuela, cruzar la carretera, y cambiar los libros por cervezas.
Ya decía Benjamín Franklin que quien tiene paciencia puede tenerlo todo. Y ella fue paciente. No lo logró a la primera, ni a la segunda, ni a la quinta invitación, pero un día, sólo después de haber entregado el último ensayo del semestre, él aceptó, por fin, salir con ella. Y ahí, en el estacionamiento del bar más cuestionable de toda la ciudad, su primer beso desató una energía absolutamente tenaz: un amor tan hondo y obstinado que no hay ciencia en este planeta capaz de separarlos.
Han pasado 16 años desde entonces. Ya envejecieron juntos. Crearon la familia de sus sueños.  Están más enamorados que nunca y emocionados por todo lo que viene.
¡Brindemos por eso!